Muestra ciudades en fragmento

1. Ernesto Baltarciudadesen fragmento Impronta

2. Yo sé que todo es irreal, pero no sé cómo probarlo. E. M. CioranEl buen Dios habita en el detalle. Aby WarburgLos viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos,sino lo que somos. Fernando Pessoa Hasta los muertos viajan alrededor del sol una vez al año. G. C. LichtenbergSi vais a la felicidad, llevad sombrilla. Ramón Gómez de la Serna

3. Escribir es pasear. Andar con el cuaderno en la mano y escribirlotodo. Escribirlo todo con la mayor sencillez posible. Caminar conlos ojos bien abiertos y el ánimo tranquilo, dejándose llevar porlas cosas. El ritmo de las cosas. El rumor de la gente. El pulso dela vida. No busca uno nada en concreto. Una bolsa de plásticoenganchada en un árbol, la melena batiente de una chica, lasmanchas de óxido en una pared. Lo que le vaya saliendo al paso. Basta con salir a dar una vuelta, observarlo todo y tratar de con-tarlo. El movimiento del que camina es el mismo que el del bolígrafoque escribe o de las manos que teclean: a saber, el de la vida quefluye. Lo previo, siempre, aquí, allí, entonces, ahora, es la mirada.La mirada está en todo: en el instante simultáneo y en el proyecto delrecuerdo. El paseo es el tiempo en la mirada. Viaja uno por descansar de sí mismo, por soñarse en otras vidas,por descubrirse un rostro diferente en alguna calle lejana. Allá pordonde pasa va recogiendo los restos, los harapos, las señales. Frag-mentos que no componen un todo sino una nada. La nada que esuno. A esta nada que es uno le gusta coleccionar sensaciones, mo-mentos, detalles. Y sale un librito así. Menos que menor. Un libromínimo. 11

4. Londres

5. de tópicos y coloresL a lluvia constante, el té a las cinco, la Reina Madre saludan- do desde la calesa, las pelucas de los abogados, los autobusesrojos de dos pisos, la Cámara de los Lores, Jack el Destripadordegollando a sus víctimas en los callejones de Whitechapel, ladensa niebla que emborrona los rostros, los cadáveres flotandoen el Támesis, los anuncios de colores de Picadilly Circus, losestantes de comida de los almacenes Harrods, el sagaz SherlockHolmes resolviendo los casos más difíciles… Es probable llegara Londres, en tu primera visita, con esas imágenes tópicas enla cabeza. No menos probable es olvidarlas en unos minutos. La primera vez llegamos en invierno. Lucía el sol. La segun-da vez era verano. Estaba nublado. La tercera fuimos en prima-vera. Llovía. La cuarta, de nuevo verano y nubes. La última fueel pasado mes de agosto. Nos recibió un chaparrón. Algunostópicos se confirman… a medias.Los colores en Londres son muy variados, pero quizás pre-valecen las distintas gamas de rojo. Tenemos, por supuesto, elfamoso rojo autobús o buzón o cabina telefónica, que cadavez abunda menos; el rojo ladrillo victoriano, a veces tirandoa ocre, a veces siena, a veces anaranjado; el rojo uniforme dela guardia real, en su contraste con el negro de los pantalones;etcétera. A mí el que más me gusta es lo que podríamos llamar«el rojo Dickens», que es el mismo rojo ladrillo victoriano peroennegrecido por el hollín de las chimeneas. Es el rojo de lapolución, de la tristeza, de la mugre que se pega al alma de lospobres, tal como lo describió Dickens en su novela Tiempos 61

6. difíciles: «Era una ciudad de ladrillo rojo, o de un ladrillo quehubiera sido rojo si el humo y las cenizas lo hubiesen permiti-do; pero tal y como estaban las cosas, era una ciudad de colorrojinegro como la cara pintada de un salvaje. Era una ciudadde máquinas y de altas chimeneas, de las que emergían porsiempre jamás interminables serpientes de humo que nuncaacababan de desenroscarse». En cualquier caso, el mayor contraste de colores lo ofrecenel blanco impoluto de las casas de Notting Hill frente al negrono menos impoluto de los taxis o de los cascos acharolados delos bobbies (de éstos ya casi no quedan). O el horrible doradodel Albert Memorial, atemperado por la puesta de sol, con elblanco marmóreo del camello y de la luna.La primera vez que llegamos a Londres el avión sobrevoló laciudad siguiendo el curso del Támesis. La perspectiva desde elaire era preciosa. Los barcos grises, los edificios ocres, los par-ques verdes con calvas amarillas, los muelles oscuros. El cielodespejado, de color azulón, con alguna nube blanca al fondo.La referencia más evidente era el London Bridge, como un pór-tico elegante que da la bienvenida. Me recordó la imagen alcomienzo de Frenesí, ese emocionado homenaje de Hitchcocka su ciudad natal después de tantos años de ausencia. Ya enpleno descenso, más cerca de Heathrow, atravesamos las casasy las fábricas, los humos y los jardines, las carreteras y los patiostraseros, y un verdísimo campo de rugby abarrotado de públi-co, casi fosforescente. Desde el aeropuerto hasta la estación Victoria tardamos trescuartos de hora en metro. No me importó. Disfruté intensa-mente de cada uno de los momentos, de los detalles; me fijabaen la gente, en los asientos, en las ventanas… [Desde entoncesme pasa siempre lo mismo, no lo puedo evitar: me entra un cos-

7. quilleo de alegría. Me encanta el tube de Londres, pese a todossus inconvenientes; es la manera más acogedora de introducirseen la ciudad (mejor no pensar en los dos seres desesperadosque, según las estadísticas, se suicidan cada semana arrojándosea las vías). Me atrae el sonido del idioma inglés en los altavoces,en la gente… y me fascina el mapa diagramático creado en 1932por el ingeniero Harry Beck, que es una de las grandes obrasdel arte de vanguardia: su diseño esquemático fue revolucio-nario porque no representaba la distancia geográfica real entrelas distintas estaciones sino sólo su relación espacial, su orden anivel abstracto.] Mientras miraba embobado el mapa, subía lagente humilde de los suburbios tristes y opresivos, como reciénsalidos de un drama de Ken Loach.Las macetas floridas colgando de la puerta del pub. Ale&Pie.Hordas de oficinistas bebiendo cerveza y fumando a sus puer-tas. El grupo de música tocando junto a la parada de Cha- 63

8. pragaD efinitivamente no hace falta ser un sagaz detective para encontrar las huellas de Franz Kafka en la ciudad de Pra-ga. Aunque las autoridades checas tienen el buen gusto de noapabullarnos con placas o carteles conmemorativos, a cadapaso se adivina la presencia enigmática y angustiada del genialescritor, y en cada esquina asoma su mirada de reo culpable.De noche (y más aún en los días de luna llena) todo parececomo alumbrado por una farola gótica, que estiliza las sombrasde los paseantes, envolviéndolos en una pesadilla que reduce alabsurdo sus vidas, una a una, sin descanso. Me pregunto si hay en el centro de Praga alguna casa en laque no viviera Kafka en algún momento de su corta vida (apartede gran fabulista, qué ejemplo de movilidad inmobiliaria); si aeso le añadimos sus lugares de trabajo, los cafés que frecuentaba,las tiendas de su padre, los hogares de algún miembro de su fa-milia y los sitios que aparecen referidos —más o menos solapa-damente— en sus obras, ya hemos cubierto un gran porcentajede la ciudad. En fin, que parece que Kafka y Praga son realidadesidénticas, consustanciales, reflejos de un mismo espejo expre-sionista. La imagen que devuelve ese espejo aparece deformada,como en el valleinclanesco callejón del Gato, en el «laberintomágico» de la colina Petrín o en los dibujos del propio Franz. Aunque uno quisiera escapar a toda costa de la misteriosa le-tra K., su sombra le perseguiría por las calles de Praga como unfantasma metido en los zapatos de un muerto. Kafka es el sextosentido de una ciudad que aviva los otros cinco: el del oído (eltraqueteo de los tranvías, los conciertos de música clásica en las 155

9. heladas iglesias, los cascos de los caballos en el empedrado, lascampanadas de la muerte en el reloj astronómico, los niños can-tando villancicos), el de la vista (la palidez de las mujeres checas,las panorámicas desde las torres, el color azul o verde de la absen-ta, los huevos de colores, las láminas de los pintores del puente deSan Carlos, los teatros de sombras y de marionetas), el del olfato(el olor a salchichas y vino caliente en los mercadillos navideños,el aroma a madera dulce que desprenden las castañeras), el delgusto (la salsa del gulasch, las albóndigas de patata, los distintostipos de cerveza Pilsen), el del tacto (el tallado del cristal de Bohe-mia, las frías lápidas del cementerio judío, los soviéticos bloquesde granito, las matriuskas rusas). Praga es la hiperestesia sosteni-da, el bombardeo continuo del cuerpo en forma de sensaciones. El perfil del Castillo asoma siempre a lo lejos, entre la nebli-na, como una amenaza lúgubre, recordando el momento inelu-dible del Juicio Final, el aciago colofón de un Proceso carentede sentido.Kafka: hasta el nombre es kafkiano.Lo más kafkiano de Praga es el antiguo cementerio judío.Antes de entrar te dan una kipá —ese leve gorrillo que abarcael círculo de la coronilla— para que te cubras la cabeza en señalde respeto a los muertos. Te la colocas en la coronilla, mediodesconfiado, medio expectante (pues no lleva una tira elásticapara sujetarla en la mandíbula ni va untada con pegamento),y desde ese momento vas preocupadísimo, con la barbilla bajay el cuello tenso, pendiente de que no se te caiga al suelo. Casino quitas la vista de tus pies. Cuando accedes al recinto propiamente dicho del cemente-rio, te quedas sobrecogido. Es como adentrarse en territorio lu-nar pero sin banderas americanas ondeantes y con una atmós- 156

10. índiceRoma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13Londres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Madrid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97Miscelánea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151 Praga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155 Berlín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160 Nápoles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165 París . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168 Copenhague . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184 Viena y Salzburgo . . . . . . . . . . . . . . . 186 Lisboa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194 Nueva York . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199 Ámsterdam . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211 Edimburgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214 Google Earth . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220 221

Muestra ciudades en fragmento

by Impronta Editorial on Nov 29, 2012

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